A veces tomamos decisiones sin más, no pensamos en las consecuencias porque en nuestra mente y nuestro corazón sólo mandan el ahora o nunca.
A veces pensamos y recapacitamos durante horas, días, semanas, incluso meses qué hacer con ese dilema que nos agobia y que no sale de nuestra cabeza y que no nos deja pensar en las demás cosas con claridad. Es como un run run que siempre está ahí, como si estuvieramos en la playa y escuchásemos constantemente el romper de las olas antes de llegar a la orilla.
El problema llega cuando después de tomar la decisión que creemos acertada, nos empezamos a dar cuenta de que todo no estaba tan claro como creíamos y queremos volver atrás. ¿Qué hacer en ese momento? ¿Cuándo podemos estar seguros de que habrá una segunda oportunidad?
Cada decisión que tomamos nos lleva irrevocablemente hacia un destino que, queramos o no, decidimos nosotros mismos.
Esto me recuerda a aquellos libros de aventuras que leía en mi infancia en los que después de cada capitulo tu decidías el camino que seguían los protagonistas:
"Si quieres que Peter tome el camino del laberinto que tiene a su derecha pasa a la página 54. Si quieres que Peter siga por el camino de la izquierda ve a la página 102"....
"Si quieres que Peter tome el camino del laberinto que tiene a su derecha pasa a la página 54. Si quieres que Peter siga por el camino de la izquierda ve a la página 102"....
El resultado al final es el mismo, tomar una decisión, pero al menos en el libro si no te terminaba de convencer la historia, podías dar marcha atrás y hacer que Peter cambiara de camino sin que hubiera la menor repercusión...

